La verdad es que apareciste en un momento muy inoportuno.
Después de años de andar de soltero y guardarle luto al único sujeto con el cual he vivido. Me di permiso de vivir un año en el desmadre, en la fiesta, en el alcohol, en el ruido, en el ambiente, entre gente liosa, entre gente alegre, entre gente loca.
Me permití vivir lo que no quería haber vivido antes.
Y la verdad es que me gustó, me encantó, y más porque sabía que era sólo un momento.
Que de alguna forma inexplicable, se volvió mi pasatiempo, quizás vulgar ¿y?
Total, yo me estaba divirtiendo.
Después de un tiempo de amargarme la existencia, pensando en el que fue, y pasó.
Caí en cuenta de que esa experiencia me estaba impidiendo conocer más gente. Y no es que quisiera estar con alguien más, sino que simplemente me había quedado tan amargado, porque al irse él, se fueron también gran parte de mis amistades, quienes tras ser casi amigos del alma, se convirtieron en relaciones cordiales. De esos amigos a los que si los vez, sólo finges una sonrisa y ni siquiera haces el intento de cruzarte la calle para saludar. Y no porque de la nada ahora te caigan mal, sino por evitar comentarios que puedan incomodar.
Y en este transcurso, decidí que debía de desencerrarme. De cambiar de aires, y de por supuesto cambiar de gentes. Lamentablemente después de lo que para mí fue casi un matrimonio, que al romperse desfragmentó parte de mis sueños, parte de mi vida, de mis aspiraciones y de mi cotidianidad. Comprenderás entonces que necesitaba continuar de nuevo. Ya que en su preciso momento no hubo nadie, ni donde, me pudiera yo lamentar y consolarme a mí mismo...
Tal vez sus amigos, los que antes eran también mis amigos o quienes de plano nunca lo fueron, al menos tuvieron la amabilidad de ser contención para mí en lo que pudo haber sido el periodo de vulnerabilidad. En otras palabras, contuvieron mi duelo y ya... me dejaron marchar.
Dejé pasar el tiempo, las horas, los días, las semanas, dos años... Lo que me sirvió para irme deslindando poco a poco, lenta, pero sabiamente. Porque déjame decirte que no es ni el amor ni el odio lo que duelen, pero sí el apego.
O por lo menos fue mi caso.
Por un lado, el odio y el revanchismo no son más que formas interesantes y placenteras de decir para tus propio adentros "mira este pobre wey, como quedó de jodido". Sobre el amor no te sé decir nada, si siquiera duela o no, porque cuando las circunstancias de la vida te llevan a este punto es porque el amor hace tiempo que hizo su maleta y salió de la puerta...
Y entonces llega la pregunta: ¿qué es lo que te queda?
Una espesa telaraña de costumbres, de ruina, de rutina, de hábitos, de frases hechas, de complicidades que se transforman en obviedades, de espacios invasivos, de silencios incomodos, de evitar miradas y de unas ocultas pero desesperantes ganas de volver a tu libertad.
Eso...
Y un miedo que se va transformado en un demonio que va poseyendo tu cuerpo.
Cuando poco a poco te vas dando cuenta de que ya no puedes seguir siendo tú, porque el otro ha devorado una parte de tu ser... Y es entonces cuando quieres salir, y quieres gritar, arrancándote tirones de pelo y rasguñándote tu propia piel, y quiere llorar y quieres vomitar, por contener las ansias de reprimir tu libertad, permitiendo que aquello que algunos llaman la realidad, te termine por apagar...
¿Y qué te queda? Un comenzar de nuevo como un invierno al cual le sigue la primavera...
Pero en este caso, mi propio caso, se trató de una primavera que se resistía a florear...
Una primavera, calurosa, ominosa, húmeda, que se negaba a llenarme el alma de un rayo de luz y de paz; de regalarme un cálido beso de esperanza, para volver comenzar...
Y fue entonces, cuando cansado de una amarga soledad, autoenclaustrada, censurada, atareada, obligada, cansada, adulterada, quise dar un cambio radical...
Quise divertirme, quise beber alcohol, quise sedar un poco mi alma que aún procesaba el dolor.
Quise respirar un poco, pero de ese humo gris que intoxica el ser.
Quise bailar, quise cantar, quise dar a mi cuerpo libertad. Libertad que a mi alma era incapaz de otorgar...
Y la verdad es que a mi manera fui feliz y me divertí. Me atudé a exorcizar ese amargo penar del que no me lograba liberar. Eso que era como tener un miembro plagado de hongos los cuales no logras eliminar, pero aquellos mismos, que si los ignoras, los dejas de ver; de pronto ya no están...
Solos y de cuenta propia cuenta se extinguen, con se extinguieron mis lagrimas, como se extingue la flor a la que no le da el sol.
Dicho esto quisiera decirte que fue para mí una lástima que en ese entonces me vinieras a encontrar.
Pero no lo fue, no fue así, y créeme que nunca lo será...
Pecaría de hipócrita (para conmigo mismo) sino aceptara la realidad...
Como es de suponerse conocí chicos y algunas chicas...
Fue cuando de pronto caí en cuenta de que quizá podía reintentar, y por qué no buscar.
Y de pronto, se manifestó Satán vistiendo de príncipe azul.
La tentación, la casi perfección llegó hasta a mí en un ídolo hermoso, pero que transportaba en su infecto cuerpo la semilla del mal, de la calamidad, y la sentencia de muerte...
Y poco tiempo después ahí estabas tú... Para saciar mis apetitos carnales, para poder desatar las semanas de pasiones locas acumuladas y que me dediqué a sublimar.
Y si te sirve saberlo fue genial, y quizá la novedad. O sólo tal vez tener nuevamente la complicidad carnal. E insisto, lo probé y lo disfruté, pero como fruta prohibida que se servía sobre los despojos de una vasija destruída.
Ya no podía sucumbir a mis complacientes ganas de pecar...
Porque has de saber, y sino la vida te lo enseñará, que puedes procurarte placeres en cosas que te los puedan dar, pero si esa cosa se transforma en alguien. Debes de tener por seguro de que uno de los dos perderá, caerá y se humillará.
En esto no hay trampa ¡es una ley universal!
Porque cuando las energías fluyen ¿a caso hay quien pueda probar que se estancan en un lugar?
¡Jamaz!
Y bien hice en ser franco contigo.
En ese momento yo no te pude aceptar.
No había terminado mi tiempo, y quería continuar avanzando y experimentando una nueva forma de experimentar la realidad...
Y ya que ha pasado ese año, que regreso todo agotado, y ligeramente perturbado. Me ha llegado mi momento de buscar definitivamente mi paz, de sentarme debajo de un árbol a meditar y descansar.
A tener nuevamente en mi vida, una manzana prohibida la cual si he de quererlo, la pueda consumir hasta el final.
Y fue por eso que regresé a tocar tu puerta, y si sólo algo tuviera que argumentar sería es que fue una lástima y un desperdicio que llegaras en aquel entonces a mi vida, y que hoy ya no me quieras aceptar.
Que no llegaste cuando yo quería, ni te quisiera cuando tu quisiste, y que es ahora cuando yo ya quiero, que lo querido va a servir para puro olvido...
No es tu culpa ni la mía, tal vez estamos pagando una penitencia tardía...
En su momento, tuya.
Magdalena del Carmen, Frieda.