viernes, 9 de septiembre de 2011
Ortolana.
Ortolana fue durante mucho tiempo el gran amor de mi vida.
Ortolana la de grandes pechos,
______________________ de mis prohibidos deseos.
¡Ah!
Ortolana…
tan linda y tan pura…
Ortolana de virginal belleza…
Ortolana la de suaves manos y blancos pechos,
blancos cono la porcelana,
tan puros como su alma.
_ Desde muy pequeño sentí lívidas y atrevidas pasiones ante tan delicada belleza, aristocrática, mitológica.
Palomita le decía su madre…
Palomita de mi corazón,
Palomita de mis infantiles juegos,
Palomita de mis toqueteos.
_ En un par de ocasiones, cuando ya era un adolescente, acostumbraba levantarme de madrugada, lo más temprano que me era posible, con la única esperanza de que sus hermanas, las obesas gemelas Camila y Carmela, tuvieran ganas de mojarse los muslos en el arroyuelo, y de esta manera, mojar y diluir en el agua, sus ganas/ansias de la presencia del tan ansiado órgano masculino, que, de algún piadoso y noble caballero, que por piedad y caridad cristiana quisiera follar los más de siento veinte quilos de amor, que retozaban debajo de las ropas de cada una de ellas. Cabe decir que muchas veces disfrutaba de ir a arrojarles piedras, mientras las gemelas gustaban de sentarse en el borbollón de agua, para saciar sus femeninas ansias de placeres carnales. E incluso aún, está presente en mi cabeza, la vívida imagen de cómo se les ruborizaban los pechos y erectaban los pezones, cuando su centenar de feminidad encontraba el alivio necesario para sus necesidades.
¿Que cómo se esto? Pues por la sencilla razón de que un camisón empapado de agua y jugos sexuales, es un mal cómplice de la privacía, pero un excelente aliado de la imaginación.
_ Sin embargo, el molestar a Camila y a Carmela, no era mi verdadero deleite, no tanto como tener el placer de observar a la tímida Ortolana, quien aún no dibujaba femeninas proporciones bajo su camisón infantil. Pero aún así, nada era comparado con la belleza de su desnudez, con la blancura de su dulzura, con lo pálido de su piel.
_ Tengo la seguridad de que nunca vi mancillada esa blancura, más que en aquella ocasión en la que mientras se enjabonaba su frágil cuerpo, yo me caí de la rama del árbol desde la cual la observaba, y entonces, sentida invadida su privacidad, púsose ruborizada de todo el cuerpo. A riesgo de que mi mentalidad de pervertido sexual me haga juzgar parcialmente, puedo decir que incluso se veía excitada, candente, cachonda, al verse observada por algún rufián.
_ Esa imagen deleito mi autoerotismo de los siguientes días, al darle rienda suelta a mi imaginación, y pensar ¿se habrá excitado al verse observada? ¿se habrá mojado? ¿habrá notado mi presencia? ¿se habrá tocado su cuerpo, evocando tan bochornoso momento? .
¡Ay sublima Ortolana, patrona de los santos finados e hija de dioses celtas! ¡Cuán gloriosa era tu belleza! ¡Cuán hermosa tu pureza! ¡Tan dulce el perfume a castidad de tu imberbe sexo!
_ Encendiose la primavera en tus pechos, y las visitas a riachuelo fueron haciéndose más comunes. Nunca nadie tendrá una idea de cómo me perturbaba el chiflido de aquel viejo obsceno, pervertido, que gustaba de acompañar a tus hermanas de camino al río. Quizá era el único ser humano que disfrutaba de ver el bamboleo de sus redondeces, bajo la delgada tela de sus camisones. Recuerdo como en una ocasión cortó nardos e hizo que ellas se los pusieran entre sus colosales tetas rozadas.
_ Sin embargo agradecía todas las mañanas su silbido, porque era la señal que me despertaba. Esa, y también el endurecimiento de mi genital, quien motivado por los deseos de mis sueños, se despertaba gozosamente antes que yo, inspirado por la imagen visual que lo inflaba de sangre, y también por la promesa de la recompensa de lo que él y yo haríamos luego al jugar mentalmente con la imagen obtenida.
_ Y ahí estaba yo de nuevo, ante una nueva Ortolana, que decididamente dejaba de ser una niña, para convertirse en una ninfa, en una musa, en mi diosa.
_ ¿Cuánto tiempo no añoré ser el jabón que deslizaba por su cuerpo? ¿Cuántas noches no sufrí de amargos dolores y de fiebres lacerantes, al ser testigo mudo de la voluptuosidad de su transformación en tan bello ser?
_ A pesar de que desde infantes, tuvimos el suficiente contacto como para ser compañeros de juegos, nunca nos llegó la confianza suficiente para ser íntimos amigos. Creo yo que el hecho de espiarla cuando se bañaba en el riachuelo, fue el impedimento que me hizo no tratar de ir más allá con ella. Sin embargo desde mozuelo, mis gentilezas y mi galanteo cortejaron delicadamente esas mordaces miradas, tan fijas y tan ancladas, que hacía favor de regalarme, cuando creía que no la observaba.
_ Sin embargo, la cosa nunca estuvo realmente fácil. Su madre, más severa incluso que la mismísima Bernarda de Alba, habría de tenerlas reprimidas y enclaustradas a más no poder en la finca familiar ¡Ni qué decir si se enterase de las fugas matutinas para lavarse en el río! ¡Y más aún de enterarse que sus hijas mayores lo hacían por la necesidad de hombre!.
_ Triste fue mi suerte, cuando en una dulce y húmeda mañana de verano. Todos despertaron al calor de las murmuraciones del pueblo. La casa de Ortolana se engalanaba, ya que esta sería dada en matrimonio a un decrépito y sucio anciano quien prácticamente la compraba con su herencia de viudo.
_ Todos conocíamos muy bien al viejo Matías, el anciano sifilítico carente de dientes, de fétido olor a podrido, quien en los últimos años de vida de su piadosa mujer, nunca se le vio salir del burdel del pueblo, y, quien ahora en estreno de su viudez y de su herencia, gustaba de pedirla en matrimonio a Octavia, madre de Ortolana y de las gordas gemelas, quien infinitamente preocupada por que nadie aceptase desposar, por la buena de Dios, a tan monstruosos adefesios, decidió dar, prácticamente en venta, la mano en matrimonio, a su hija más joven y bella, quien apenas y tenia la edad suficiente de acercarse a tocar el timbre.
_ Ese día pude ver la comitiva de mujeres que se dirigía a la plaza, evidentemente a mercar lo necesario para la comilona de festejo que Octavia daría ese día en honor de su nuevo yerno.
_ Durante todo el día estuve persiguiéndola. De alguna manera tenía que acercarme a ella, para que de una vez y para siempre, supiera de mis amores hacia ella, y de los deseos que despertaba en mi pueril cuerpo adolescente.
_ Tras sortear toda suerte de hazañas, finalmente fui capaz de hacerme paso por la finca, y entre cerdos y gallinas tuve que esperar la oportunidad de acercarme al marco de su ventana.
_ Tras confesarle mis motivos y mis amores, ella hubo de confesarme también, que, supo desde esa vez que me caí de la rama y la vi ruborizarse, que la espiaba todas las veces que iba con sus hermanas a bañarse al río. De igual forma me confesó que en algunas ocasiones observó ella también, cómo me pajeaba entre los matorrales, después de haberla observado en su desnudez.
Me confesó también
que se tocaba,
excitada,
al sentirse observada por mí.
_ Tanta tensión sexual no tenía pues más motivos de ser, salvo aquellas mojigaterías moralinas que nos enseñan en la doctrina, así que decidimos partir rumbo al río, al borbollón de agua tibia, para por fin saciar la sed que sentíamos mutuamente por nuestros cuerpos, por nuestras almas, por nuestros sexos.
_ Y así, esa madrugada de domingo, fue cuando por fin pude tener entre mis manos, esos beldosos pechos de finas proporciones, de blancura infinita, de sabores dulces. Y pude comer y beber de su cuerpo los placeres más excelsos, los jugos más exquisitos, los manjares más prohibidos y los aromas más extasiantes. Mordí y comí sus pechos una y otra vez, hasta hacerles perder su palidez. Me abalancé para besar su sexo hasta que ella no tuvo más noción de su propio ser. Hasta perderse en ese mar infinito de placeres desproporcionados, en los que los sentidos humanos pierden su razón de ser, y que, al arrojarnos al abismo de lo divino, nos hacemos partícipes del gozo de tomar parte en la naturaleza divina de nuestros cuerpos, de nuestros sentimientos, deseos, de la unidad de los cuerpos y de la unidad con Dios.
_ En casa de Ortolana, nadie notó su ausencia. Todos se hallaban confundidos y aturdidos por la comilona y la bebedera de la noche anterior, en la cual, al calor del festejo, a nadie le importó que la prometida pidiera disculpas para retirarse a sus aposentos.
_ Sin embargo, aún estaba el fatídico presagio de una boda obligada. Los días pasaban, y para mi desgracia Ortolana cada vez estaba más vigilada.
_ Una noche, una liviana sombra tocó mi ventana, y resultó que se trataba de ella. Venía semidesnuda y descalza, cobijada sólo por un fino manto que la cubría de la briza de la medianoche.
_ Al salir, noté que traía un caballo, el cual nos sirvió de transporte hacia el riachuelo y en el cual comenzamos nuestra odisea amorosa de esa noche.
_ Por fin llegamos a un paraje húmedo. Descasamos ahí un par de horas, hasta que al despertarse me dijo que había tomado una decisión con respecto a su boda, y me confesó también que prefería morir antes de ser obligada a cohabitar con ese viejo depravado y sifilítico. Quien a buena hora, su madre había decidido escogerlo por yerno.
_ Tomó una daga entre sus manos. Me pidió que después de que cohabitáramos dentro del río, la tomara con rudeza, con violencia, que la golpeara, y que finalmente la matara, al cabo que había robado el caballo de un peón, y otro sujeto cargaría con la culpa de una aparente violación y de su muerte. Ya que prefería morir a una amarga vida de tristes suertes. Yo me negué en un principio, pero tras imaginarme la patética escena en la que ella, mi bella Ortolana, estaría contorsionándose sobre el apestoso cuerpo del anciano, e imaginarme tristemente como contorsionaría Ortolana sus entrañas, al ser follada por cualquier otro sujeto que no fuera yo, una ira desproporcionada invadió mi mente y mi cuerpo, que, al terminar de tomarla por última vez, le asesté un puñetazo en el rostro. Ella tomó la daga, y de un golpe seco se lo asestó en el pecho.
Mentiría al decir que no me sentí excitado ante el rubor de la sangre y la palidez mortuoria que poco a poco cobraba su cuerpo.
_ Fue como si un espíritu maligno se apoderara de mí. Entonces golpee, sodomicé y apuñalé el cuerpo que desde infante había sido objeto de mis anhelos.
_ Tras asesinarla, supe que mi vida ya no sería la misma.
Supe incluso que nada de esto había sido cierto,
sino que esta,
es una más de tantas historias que me invento,
para tener un poco de cordura,
dentro del mar de mi locura.
Es Cuanto .’.
Patrocinado por la Iglesia de Konztantyno y de los engendros de los últimos días!
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Daniel, desde mi propio surrealismo envío enormes saludos con un poco de veneno en ellos...
ResponderEliminarYa te lo había dicho alguna vez, soy tu fan!
Aunque en realidad eso de poco valga...
Alabados son los gritos que claman en tu mente, las ideas que retumban en los muros de tu espíritu... Enorme!! Magistral...sencillamente [vaya, con lo que me gusta el minimalismo!] Me encanta! .. Lander Sierra ^^