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PRIMERA PARTE.
_Me encontraba de regreso de un importante viaje
a París. Venía de resolver algunos asuntos de
carácter eclesiástico, dado que había tenido
la oportunidad de entrevistarme con gente
muy importante del clero.
_Tan pronto hube bajado del avión, me dispuse a
contratar un automóvil que me llevase de nuevo a
mi casa. Venía exhausto por las horas del vuelo
y la simple idea de abordar un taxi y transbordar
en la estación para tomar un autobús me parecía
descabellada. Por eso tan pronto puse los pies
en tierra firme, le pedí a un mozo que me hiciera
el favor de contactarme a una agencia de automóviles
para que me rentasen uno con todo y chofer incluido.
_Una de las grandes ventajas de ser clero y usar sotana,
radica en el hecho de que todas las personas siempre se
encuentran ansiosas de servirte y de adularte, y en los
lugares públicos de la Ciudad de México ocurre lo mismo;
sin excepción del aereopuesto internacional Benito Juárez,
con la única diferencia que en los centros
más urbanizados del centro del país, este interés de la gente
por los 'clerygman' no es desinteresado, ya que empleados
y demás gente que brinda servicios, suelen vernos como
"peses gordos" de los cuales se puede abusar en los precios
y demás; y siempre que brindan un favor, no es nunca sin la
intención de obtener una compensación monetaria, mientras
que en provincia, la gente es más y desinteresada, y siempre
se halla deseosa de servir a "los hombres de dios" pensando
de igual forma en obtener un favor, pero no monetario; en lo
absoluto, sino más bien por la compensación espiritual o
'buen karma' que les pueda generar.
_En estas meditaciones me encontraba, mientras llegaba el
automóvil a recogerme. Sin descuidar mi equipaje, me dispuse
a estirar un poco las piernas y rondé por pasillos, salas de
espera y aparadores que se encontraban cerca. Fue precisamente
en la vitrina de un local de venta de libros y revistas, donde
miré mi reflejo, que pese a estar ya cerca de las cuatro décadas,
los kilogramos de más adquiridos junto con mi episcopado, y el
reciente y prolongado viaje al extranjero; no se veía en los más
mínimo agotado, por el contrario, esta poblada barba negra que me
dejé crecer después del día de mi consagración me sentaba muy
bien, y me daba un aire de sabiduría, bondad y amabilidad que me
daban ese aspecto afable que tanto contrastaba entre mis demás
hermanos en el episcopado ortodoxo.
_El mozo fue hasta donde me hallaba para avisarme que mi
transporte ya había llegado y se encontraba aguardándome en uno
de los estacionamientos del aereopuerto internacional más grande
de toda Latinoamérica —Ciertamente quien acuñó esta idea, o jamás
visitó el aereopuerto de Los Ángeles California, o en definitiva
no considera a esta ciudad como parte de la América Latina— además
el mozo hizo traer un carrito en el cual montó todas mis maletas y
el enorme beliz en el que guardaba mis vestimentas e indumentarias
obispales, la mayoría recientemente adquiridas en Europa.
_Fuimos hasta el estacionamiento a bordo del carrito, y el mozo,
muy amablemente se dispuso a acomodar mi equipaje dentro del
automóvil. En eso estaba cuando me percaté que una de mis maletas
se severamente rota, y era precisamente una maleta que contenía
un stikharion y una sencilla mitra siriaca, sencilla, sin adornos
ni bordados, la cual me fascino en el momento en el cual la vi.
También, se hallaba ahí una estola púrpura de tipo latino y un
sobrepelliz, los cuales pertenecían a mi pasado como ministro
anglicano, y de los cuales no tenía ni la más mínima idea de cómo
habían llegado hasta allí, ni de cómo fue posible que se colasen
entre las cosas que llevé en mi viaje.
_Al ver expuestos estos ornamentos, e inservible ya la maleta,
sentí una imperiosa necesidad de investirme con ellos. Así que
sin reparar demasiado en ello, me investí con el stikharion, sobre
de éste, me puse el sobrepelliz de finos y delicados bordados,
en los hombros me deposité la estola, ante la mirada curiosa
y morbosa de quienes pasaban cerca, y cuyas miradas me parecían
más evidentes desde mi conversión al glamuroso mundo de la Liturgia
Oriental, Ortodoxa, o Bizantina. Ya para rematar, y para el asombro
de quienes movidos por el espectáculo que daba, me coroné con mi
reciente adquisición: la mitra de tipo siriaco.
_"Soy un malditos snobista" —pensaba para mis adentros— por no decirme
exhibido o exhibicionista, ya que a veces pensaba que mi deleite por
el glamur y el fashionismo de los clérigos ortodoxos, había sido lo
que me llevó a aceptar la conversión.
_Mitrado y todo, me subí al automóvil que habría de llevarme hasta mi
casa en mi amada ciudad natal. Recompensé al mozo que mucha ayuda me
había brindado ese día, ya sin chistar ni reparar en el asunto, de
hecho el muchacho se había ganado mi gracia al conseguir el carrito
maletero en el cual me transportó por los pasillos y los estacionamientos
del aeropuerto. Me despedí, le di las gracias, y le bendije con la
brevedad que acostumbran los de ritos occidentales; "Cosas de costumbre"
—Pensé— "Nunca llegaré a ser un buen ortodoxo" puesto que nunca perdí
la costumbre de signar usando la formula latina y haciendo uso de las
señal de la trinidad con los dedos, y omitiendo la seña de la doble
naturaleza de Christo —La edad y la costumbre, volví a pensar—. Y así
comenzó mi viaje de regreso.
_Ya avanzado un poco el trayecto, y para socializar un poco con el
conductor, a los cuales, por ser de agencia privada, se les prohíbe
entablar plática con los clientes, según esto para no importunar.
¡Nada que ver con los típicos choferes taxistas de la Ciudad de México!,
quienes sin dudarlo, al ver a alguien con la indumentaria como la mía
no hubieran cesado de hostigar con pregunta tras pregunta a manera de
interrogatorio. Saqué pues de un maletín de mano, una botella de vino y
un par de copas, obsequios de mi amigo el Metropolita de Francia, Vladika
Nicolás.
(CONTINUARÁ)
☠Dom Drako-Konztantyno ╬ ╬.∙.
POR EL IMPERIO DEL LAS "COSAS RARAS"
http://drako-konztantyno.blogspot.com/
Drako.Konztantyno@gmail.com
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