La Sombra, By Drako-Konztantyno .´.

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jueves, 9 de mayo de 2013

Problemas de la subjetividad humana en tiempos del despertar de un sueño antropológico.


O quizá pudo haberse llamado “El despertar de un sueño antropológico, en tiempos de una doctrina Foucaultiana”.




Antes de comenzar, quisiera pedir una disculpa por la dilación. He de confesar que tuve un grave conflicto existencial al leer, detenerme y releer el escrito requerido para la presente unidad, y foro.

La verdad es que ya había tenido mis desencantos antes con Foucault directamente (es decir sin mediador que me lo interprete) y ustedes disculparán mis antipatías personales hacia los autores, pero habrán de comprender que vengo de una formación e historia de vida, la cual no me permiten embutirme de dogmas que no comprendo, o con las cuales no simpatizo. Lo sé, es cosa mía, son mis prejuicios también, pero creo que siempre es bueno cuestionarnos todo, y muy en especial aquellas cosas nuestras que nos llevan a cuestionar.

                Y así sin darme cuenta creo que vengo aterrizando en el problema foco de esta unidad; “Problemas de la subjetividad en el desarrollo humano”. Enfrentarnos con monstruos conceptuales, doctrinales y analíiticos como al relatividad, la individualidad, los “otrismos”, lo subjetivo, lo “objetivo”, la “Verdad”, o mejor dicho la “pluriversidad” infinitas de verdades; “realidad” y percepción. “Everything is perception” parece ser la nueva moda  (y por moda me refiero a las modas que, según el autor, se supone a las cuales alude Foucault) y al parecer, se trata también del nuevo paradigma desde el cual me encuentro yo, joven adulto residente en el posmodernismo, tratando de abordar las ideas y los conceptos que a nombre de otro autor categóricamente más influyente, pretende venderme el autor.

                Antes de continuar, critico el reduccionismo de Castro Orellana, por no indagar más a fondo entre los textos de Foucault. Y honestamente, y a título personal, me cuestiono profundamente que la historia de la civilización occidental se concrete a cuatro momentos, o “epistemes” como él las refiere, para poder comprender, y desde ahí explicar discursivamente “la historia del conocimiento” o según él “de las estructuras fundamentales de nuestro saber”.

                Y quizá la culpa sea mía y no del autor, al criticar su reduccionismo. Al momento de leer, me cuestionaba sobre las grandes eras de las corrientes filosóficas… Y me preguntaba ¿Y qué hay del clásico, y los sofistas, los platonistas, aristotelianos, pitagóricos, estoicos, sínicos, etc…? Tiempos en las que prácticamente cada generación, o cada siglo, se veía marcado por una fuerte ruptura por los paradigmas de la generación anterior…
¿Qué me podrá decir el autor, sobre tiempos históricos como la agonía del Imperio Romano (o la nuestra) en la que convergen una pluralidad de corrientes de pensamiento, en las que unas y otras pugnan por ganar terreno, por captar adeptos, o mínimo simpatizantes. Épocas en las que autores, filósofos, místicos, científicos, desde el exótico crisol de la pluralidad, engendran, destruyen, reforman, corrompen, excitan, las avenidas y vertientes del pensamiento humano…?

                Eso pensaba de momento, mientras leía sobre la historicidad etiquetada en cuatro momentos, encajonada como si no diera para más, y además, haciendo bombo y platillo de las disonancias lingüísticas, de la desarmonizaciones de las lenguas, las incompatibilidades semióticas, la irrealidad de una traducción virginal, inmaculada del pecado original de la interpretación. Las líneas de un autor que tímidamente sugiere la relatividad de la perspectiva, enfrentándose con  un sínico que la grita a los cuatro vientos.

                De pronto, quizá entramos en los terrenos pantanosos del inconsciente colectivo, que de ser así, explicaría por qué las personas de una época piensan, actúan, se desenvuelven de una determinada manera.

Una conducta esperada que los hace llegar a conclusiones “acertadas” y teniendo como certeza una especie de código (y discúlpenme por el juego de palabras) no codificado, pero que se asume, para ese preciso momento, como una verdad  (social o generalizada, no lo sé; sin embargo sé que es muy probable que hubieran coqueteado con la idea de una Verdad universal) y no dejo de cuestionarme si tanto Foucault, e inclusive Castro Orellana, estuvieran exentos de esa cruenta y virulenta, pero silenciosa, enfermedad del ego, que nos lleva a aseverar con fuerza, con pretendida autoridad y voz de mando, que las líneas que enunciamos son constructos de esa “Verdad” o que son “Verdad”. Y con esa certeza los autores abordan, clasifican, critican, esquematizan, conceptualizan,  y defienden argumentos propios, quizá vigentes, quizá fuertes, duros, validados por su contexto y momento histórico. Pontificando doctrinas que se desplazan en el discurso como el máximo saber, el pretendido conocimiento…

                 Y ante esto, ¿qué me queda? A mí, que no pontifico, a mí que me resulta parca y reduccionista su postura, a mí que me toca vivir una época donde el cambio paradigmático es tan vertiginoso, en un tiempo en el cual estamos tan enajenados que ni siquiera somos consientes de ello. Un joven adulto que no sabe si es parte de la generación X, o la Y, o la Z, o si me quede dormido en el sueño del milenarismo. Que mira cada vez más marcadas y trascendentes las grietas generacionales.
         
       ¿Qué puedo pensar yo, que sólo puedo tener certeza de mi ignorancia la cual me condena a una feliz agnosia? De un autor que defiende a ultranza y con características y valores propios del modernismo, a un autor al cual el mérito que le aplaudiría, sería el hecho de que en su momento fue el catalizador para un cambio de paradigma, pero quien finalmente, no distó mucho de la pedantería megalómana de sentirse dueño de la Razón, que acompañó a sus antecesores, algunos de sus coetáneos, y en este caso, a  uno de sus adoctrinados. 

Pido una disculpa por el tono de mis valoraciones, que trato de realizar humildemente desde mis dudas abiertas, pero puestas en tela de juicio desde las incongruencias humanas, propias y ajenas, y porque de alguna manera tenía que compaginar estás líneas sobre mis impresiones de la lectura, hacia este tema que me hace mucho ruido para mis adentros: “El problema de la subjetividad humana”.


Si hay un Dios, que me libre de la pedantería de creer que yo soy poseedor de la razón, y que me de la humildad de comprender que lo único que poseo, es una torpe, limitada y viciada, visión.

Es cuanto.'.

En mi Amor por las Mesoaméricas.

Drako-Konztantyno, Heresiarka.




Referencia:
http://eprints.ucm.es/7166/

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