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Constanza, por Drako-Konztantyno.
Inspirado en la canción "Nada" de Juan Son.
Constanza:
Después de tantísimo tiempo tuve por fin la oportunidad de tomar tu mano. Fugarnos por unos instantes de nuestra mediocre existencia, tan real, tan sínica, tan frívola. Fue la mejor idea que se te pudo haber ocurrido. Yo aplaudí festivamente tu determinación. La simple idea de poder estar a solas contigo conmovía hasta el más ínfimo rincón de mi piel. El nerviosismo embargó mis sentidos y la excitación me volvía un manojo de sensaciones perdidas, errantes y precipitadas; accidentadas, candentes y quizá hasta violentas.
_ La emoción de poder disfrutar la fragancia de tu pelo, y deleitarme en tu presencia, era como fantasear en un magno concierto con la más exquisita diva siciliana cantando sólo para mí, las romanzas más conocidas y delirantes. Sin embargo, el espectro de tu figura se presentaba en mi imaginación, tan lejana, tan distante. Tan irreal como mis mismos sueños. Tan idealizada como una musa, como una diosa; como Afrodita.
_ Mis fantasías no hacían más que agravar mi realidad. Nuestros fugaces encuentros en público, en los que teníamos que mediarnos tan sólo por los intercambios de miradas y monosilábicas conversaciones, lejos de saciar mi ansiedad por ti no hacían más que dolerme más y sufrirme más, por la distancia que me impedía tomar tu mano, tocar tu cabello y oler la fragancia de jazmines con canela que se desprende de tus ropas.
_ Déjame decir que antes de venir, tuve que pasar al templo de la cité para agradecer a la Madona, Nuestra Señora de Walsingham, por esta oportunidad tan especial, conjurada desde los cielos, que nos permitiría estar a solas unos instaste mientras nadie notaba nuestras ausencias. Y por la determinación que tuviste a dar el paso decisivo para que la aprovecháramos en beneficio de nuestro insipiente amor adolescente.
_ Desde que tu doncella tocó a mi ventana para transmitirme tu mensaje. Escrito en un trozo de pergamino y perfumado con el olor a lavanda del agua de tocador, con la que seguramente limpias y perfumas tu suave y delicada piel de durazno. No pude creer que esto fuese realidad.
_ A pesar de que he visto cómo es tu mirada, y que me miras cuando no te miro. Me parece difícil comprender cómo de entre los vastos galanes que te cortejan gentilmente, pensaste en mí para romancear. En mí, el más ordinario de todos. Quizá el más joven de entre todos ellos, el menos robusto o apuesto, aquel que casi no posee fortunas materiales ni riquezas lujosas para exhibir en público de las cuales hablar en conversaciones de intrascendencias. Yo, el chico más pálido y de rostro afeminado, de cabellos castaños y largos a la moda del Mediodía, aquel que vive de sueños y para los sueños, que viste y calza de sus fantasías y se alimenta de las ilusiones.
_ Tenía que pensar muy bien dónde sería el lugar indicado para nuestro encuentro. De inmediato supe que sería pertinente llevarte a conocer mis lugares especiales. Que me habían sido regalados por la memoria de mis ancestros. Aquellos lugares en la vida que me pertenecen y pertenezco yo a ellos. Así que pensé en primer lugar en el camposanto de los terrenos en los que se encontraba la antigua abadía de San Dyonisos. Aquella ruinosa construcción medieval revestida con motivos de silfos y silenos, y criaturas del imaginario fantástico. Tan fantásticos como tú y como yo.
Ahora que por fin te tengo aquí, no tengo palabras para decirte. Me honro en tu presencia y me deleito en tu belleza. El hermoso vestido verde color esmeralda, con vivos de encaje blanco, hacía lucir exquisitos los detalles armoniosos de la beldad casi aritmética de tu cuerpo que tímidamente se dibujaba debajo de él. Pero nada comparado con el tono azabache de tus ojos negros. Tan expresivos y sagaces como de cervatillo. Tan coquetos e interpretativos como el vuelo de las golondrinas.
— ¡Constanza bella, Constanza amada, Constanza por los santos ángeles custodios adorada! No tenéis idea de mis ansias por tocar tu pelo y acariciar tus mejillas.
››Permíteme besar tu frente para inhalar la fragancia de tu piel. Embriagarme de una vez por todas con todos los enervantes perfumes de tu ser.
_ Entonces tome tímidamente de tu mano, mientras la electricidad interna alteraba mi piel, en ondas suaves y livianas de un inocente y casto placer.
_ Te invité a correr y juguetear por el camposanto. Cantamos y cortamos flores silvestres en él. Sentía tu cariño por mí en cada uno de tus actos. Las palabras al no ser requeridas se ausentaron. Nuestras miradas cómplices me delataron tu amor. Cuando me acerqué a beber agua del manantial y me hiciste un cuenco con tus manos, sentí la tenerezza rosar mis labios mientras bebía.
_ Después tomaste mi mano para llevarme hasta el prado, ahí te enseñé la danza druida de las cosechas, del festival pagano de nuestros antepasados. Y a pesar de que corría el mes de octubre, aquel que entre otros es el más sagrado, decidiste que fuéramos rumbo al pantano, donde coquetamente me halaste hasta llevarme tras de un árbol, en dónde por fin, preso de mis deseos pude besar tu cuello y tocar, con el dorso de mi mano, la parte de tus pechos, que no quedaba aprisionada en tu corsé.
_ Todo fue haciéndose más perfecto. A cada instante, a cada segundo.
_ De pronto, mientras reposábamos sentados sobre el tronco de un árbol, tomé una decisión. La cual ha sido hasta ahora la más sabía y acertada que pudiera tomar en mi vida: Tenía que confesarte mi amor…
_ Comprendí que tenía que inmortalizar este momento, de una manera muy especial. Estos instantes se convertían en algo mágico, irreal y fantástico. Nada podía ser más perfecto. Y de pronto, comprendí que era tanta tu belleza que ofendía a la realidad, ofendía a la creación entera. Humillaba y avergonzaba a los dioses, por tenerte tan lejos de ellos. Entonces comprendí que tú no eras de esta tierra. Que era tanta tu belleza, y algo yo tenía que hacer al respecto.
Entonces por fin reuní mi valor y coraje para actuar. Las palabras fluyeron por mi mente mientras emanaban de mis labios.
― Constanza, paloma mía, tengo que deciros una verdad que espero y no os ofenda. Es tanta vuestra belleza que me abruma, me sofoca y que me enerva. Tenga usted compasión de éste que con un beso de sus labios pretende declararle su eterno amor. Imploro a su compasión ante este clamor de mi corazón.
_ Acercaste tus labios a mis labios. El momento del paraíso perdido y los placeres celestiales. La sensación más sublime y noble. Un beso que pretendía inmortalizar nuestro amor. Tenía que ser perfecto. Debía de ser eterno. Entonces sujeté con determinación la piedra que acababa de sostener, y con toda la fuerza de mis entrañas determiné inmortalizar mis sueños.
_ Golpee tu cabeza con tal fuerza que restos de hueso y sangre fueron despedidos en todas direcciones, salpicados con la misma gracia y esplendor de los fuegos pirotécnicos en año nuevo.
_ Tanta perfección no podía estar predestinada para mí. No era tan benevolente el Hado, o al menos no podía pretenderme el lujo de creerlo. Yo un simple mortal y tú tan bella. Tan fina. Tan perfecta. Estabas sin duda destinado a lo sagrado. A ser ensalzada y glorificada, no por simples mortales, sino por las cohortes celestiales.
_ Al verte ahí tumbada, tan inerte. Te veías más hermosa, más pálida que de costumbre. Se veía aumentado el contraste del negro de tu pelo, y lo blanco de tu piel se acentuaban albergando pequeñas chispas del carmín que se hacía más profuso y regular mientas más se empapaban de éste tus cabellos.
_ Fue el ver ese cuadro tan hermoso, que comprendí realmente lo que había hecho, y no atiné más que a agradecerme. Me había transformado en un hierofante que te sacrificaba a los dioses. Tú, una ofrenda de belleza y de perfección. La inmolación de mi tesoro más preciado. La idealización de mi amor.
_ Comprendí sin dolor, sin rencor, y sin resentimiento alguno, que no eras para mí. Comprendí el papel que jugaba en ese momento y que todo era lo mejor para ti.
_ Tu sangre santificó los campos en los que fue esparcida. Tú te transformabas en musa y en diosa, mientras yo me convertía en el eterno guardia de estas tierras. Santificadas por el honor de tu sangre, tu presencia, y de mi amor por ti.
_ El gozo y el éxtasis se adueño de mí. Supe de inmediato que podrías lucir más hermosa si te regalaba un poco de color. Entonces comencé a golpear tu rostro hasta hacer que tus labios alcanzaran un perfecto tono lívido, como una granada madura que estalla revelando sus rojos tesoros. Así reventaron tus labios revelando su rojo color.
_ De pronto noté los actos inconscientes de mi cuerpo. Tenía el miembro erecto, y la piel ruborizada por la excitación. La emoción más sublime embargaba mis cinco sentidos, así que sintiendo la efervescencia de mi ánimo, decidí derramar mi semilla sobre tu cuerpo. Antes del rito final de tirar tu cuerpo a las fétidas, putrefactas y sienagosas aguas del pantano.
_ Y así, como las islas de Ávalon, el pantano de los prados del camposanto se convirtió en tu santuario.
_ Yo soy tu guardián, y tu eterno enamorado. Aquel que honra tu espíritu, al sentir tus suaves caricias en las lloviznas del verano, en las suaves brizas de primavera o en cantar de algún gorrión lejano.
_ Debes de comprender que no podía permitir que ningún mortal pudiera hacerte perder tu valía, de tanto mirarte, de contemplarte. Debes de comprender mi dicha de por haber sido tu primer y único amante, y regalarte un amor perfecto. Un amor que lleva a la muerte.
Porque has de saber que dicen...
que el amor perfecto
siempre nos lleva a la muerte.
Por Dom ☠Drako-Konztantyno††.'.
HERESIARKA GNÓSTIKO.
"COSAS RARAS"
(del Heresiarcado Apostólico del Cuauhnahuac
y de Todas las Mesoamércas)
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