La Sombra, By Drako-Konztantyno .´.

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jueves, 7 de mayo de 2009

HOY ES EL DÍA.

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−Hoy es el día−.

Esta es la primera frase que cruza por mi cabeza en el momento de despertar, o sino al menos cuando ya estoy consciente de que estoy despierto y el viaje ya ha terminado.

Son las cuatro de la mañana con cuarenta. Diez minutos más tarde de lo normal. La oscuridad y el silencio aún dominan el ambiente. Salvo un par de cigarras que a lo lejos emiten su desgarrador y agónico lamento, suplicándole a los cielos por las primeras lluvias.

Poco a poco voy forzando a los ojos a ubicar los objetos familiares de la habitación. Intentos absurdos y vanos, como sino fuera consciente de mi afición por el desorden y el caos de mi recámara. Sé bien que cada madrugada me reserva una sorpresa con la ropa de la noche anterior desperdigada por el suelo. Alguna botella dejada encima de algún mueble tras ser despojada hasta la última gota de sus enervantes néctares. Ceniceros y colillas de cigarros. Quizá algún vaso roto cuyos fragmentos se apresuran a mis pies con la intención de herirlos. Almohadas y cojines aquí y allá. Algún obsequio rondando por el piso, de alguien que se creyó mis idílicos afectos y que ahora anhela poseerme más allá del acostón. Centenares de libros tapizan la escena. Libros por aquí y por allá, de los temas más dispares, revistas y folletos. Desde una biblia, mi colección de diccionarios de semiótica y etimologías, hasta un tratado de pornografía y parafilias dignos del Marqués de Sade. La ropa de cama y la pijama amontonada en algún lugar, después de desnudarme tras vencer la hipocresía de dormir arropado.

Después del vago intento veo el espectáculo de números digitales proyectados por el reloj despertador. Esas figuras de color rojo proyectándose siniestramente a través de la semipenumbra desde algún rincón de la habitación. Su peculiar titilar me hacen repetirme.
−Hoy es el día−.

Vacilé todavía un poco, recostado aún, en lo que me dispuse a ponerme en pie, estirando una pierna con la intención de tocar el piso con el talón y los dedos del pie. Ya incorporado quise sentir la libertad de estar sin calzoncillos y es curioso que justo este día tarjera puestas unas holgadas trusas, en sustitución de los habituales bóxers ceñidos de media pierna que siempre uso.
Como reflexionaba antes, cada día es una sorpresa. En esta ocasión me tocó tropezar con un paquete que contenía los escritos de gente que quería recibir una crítica mía, además de la correa de mi maleta de trabajo que se enredó en mis pies. Como símbolo de venganza, tomé unas tijeras del buró, y de un tajo corté la maldita correa y patee el paquete.
Ya habían dado las cinco de la mañana y los primeros rallos timoratos comenzaban a anunciar la llegada del Disco-Solar.
Me dirigí al altar de las “Cosas Raras” a dar gracias a los Dioses por todo lo que me habían otorgado. Maldije los nombres de quienes odié y quienes me odiaron, y agradecí en especial por aquella mañana tan fresca en medio del mes más caluroso del año.
Al concluir mis mordaces y ridículas plegarias escuché el ruido de la cadena de una motocicleta. Motocicleta que diariamente se daba cita ante el portón de mi casa, de manera siempre puntual, para arrojar una copia del periódico nacional. Sin embargo, en vista de la ocasión tan especial –pensé− me satisfizo ver que este día en particular, el ejemplar reposaba sobre las losetas del patio, media hora antes de lo acostumbrado. Descalzo de los pies a la cabeza me dirigí a recogerle. Bajé las escaleras y atravesé de la sala de estar. Abrí la puerta y salí decididamente sintiendo cómo el frio me flanqueaba por todos mis ángulos. Me quedé estático. Sentí como convulsivamente se erizaba mi piel, mientras que mis pezones y genitales se arrugaban como pasas.
Me deleité sintiendo el frio en todo mi cuerpo y la humedad del aire en mis pulmones. Exquisito olor a tierra mojada. Disfrutaba mi desnudez en la intemperie como quizá nunca antes lo había hecho
−Hoy es el día−.
Pensé.
Tomé el periódico del suelo y regresé al interior de la casa. Ya dentro, me detuve a la mitad de la sala a aborrecer al horrible sillón blanco que desentona grotescamente con la decoración.
− Eres como la típica tía obesa que nadie quiere. Que por más que intenta ser cordial y amable todos le rehúyen. Como aquella que ha de sobornar a los niños con dulces y regalos para que platiquen con ella, porque a todos les cae mal. Te detesto. –
Después, a la cocina a desayunar. Ante lo especial de la ocasión, tendría que ser mi menú favorito: una taza grande de café con un par de tabacos de sabor robusto. No si antes rendirme a la pecaminosa tentación de rendirme ante un refrescante trago aguas negras del imperialismo, sintiendo cómo descendía por mi pecho.
Ungiéndome.
Santificándome.
Sanguinis Christi.

Con mi típico sarcasmo e ingeniándome ironías, me puse a hojear el periódico, en lo que el café estaba listo. Una vez lo suficientemente caliente, vertí el chorro vigorizante sobre una gran taza y me preparé a realizar el ritual. Vacié el contenido de un sobre de endulzante sintético. Cigarro en labios me acerqué una cerilla y aspiré mi primer bocado de humo y toxicidad, inseparables amigos míos, que me acompañaban desde mis años de secundaria… mis tiernos y más perversos años de estudiante…
El café amargo y cargado lubricaba mi garganta tras cada fumada del cigarrillo. El más placentero desayuno de mi vida, quizá.
Quedándome todavía un sorbo de café, regresé a mi habitación para lo siguiente. Una caja de latón con mis iniciales grabadas me esperaba pacientemente desde hacía tiempo, desde algún lugar oculto y seguro de mi recámara.
Volví pausadamente a la cocina, ya en ella, con metódica precisión saqué el contenido de la caja.
Una cuchara…
Una jeringa…
Un encendedor…
Un frasco con pastillas…
Siete dosis de heroína…

−Siete siempre fue mi número de la suerte−



“Escucho el aire de afuera,
es el saludo de los Dioses que me esperan”
(Edward Alexander Crowley)

☠Dom Drako-Konstantyno ╬ ╬

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