Ensayos sobre las conferencias IV y V de S. Freud,
pronunciados en la Clark University, de Massachusetts, en 1909.
Antes de comenzar el escrito, quisiera dejar en claro que
durante mucho tiempo he disentido demasiado con la doctrina psicoanalista. Pese
a haber llevado trabajo terapéutico en varias ocasiones desde mi infancia, hasta
el momento, en mi humilde opinión personal, no encuentro, salvo las razones
similares a las cuales nos llevan a creer en cualquier otro dogma, una
fundamentación por demás lógica, para muchas de las enunciaciones y premisas
(axiomas tomados como Verdades a priori) más que sofismo filosóficos que deben
ser revisados una y otra vez, a través de los anteojos de los tiempos y los
contextos, para que no se caiga en la tentación de asumir una postura
filosófica como si se tratase de una Verdad universal atemporal.
Sé que la finalidad de este
ensayo es discurrir entre dos interrogantes para tratar de integrar los
contenidos de cinco discursos. Y la verdad desconozco en sí los por qués. Lejos
de parecer prejuicioso, y tratando, los más humanamente posible, de hacer de
lado mis prejuicios a las pronunciaciones que a mi parecer a veces me resultan
casi pontificales en las cuales se prununciaba Freud. Quisiera dejar en claro
que pese a la realización del presente trabajo, sigo manteniéndome en mis
posturas originales al respecto.
Me molesta de sobremanera, que
pese a que reconoce el trabajo de otros académicos contemporáneos a él en la
disciplina. En sus disertaciones (orales y escritas) se deja pasar muy
fácilmente sobre constructos sociales y culturales, desdeñando en todo momento
a quienes le son ajenos a sus posturas.
Dicho sea esto, comienzo con la actividad requerida.
Según Freud, “las vivencias de la infancia explican la
susceptibilidad para posteriores traumas, y sólo descubriendo y haciendo
conscientes estas huellas mnémicas/mnesicas, comúnmente olvidadas, conseguimos
el poder para eliminar los síntomas”.
Esta
frase, viene a ser uno de los axiomas que forman parte de la semiente del
edificio del Psicoanálisis. Y en la cual
se fundamenta casi todo su aparato doctrinario, que con el tiempo y la refinación
clínica daría origen al método terapéutico como tal.
Según mencionaba el Freud mismo
en los discursos II y III, pronunciados en la
Clark University, de Massachusetts, en
1909. Las premisas de Breuer resultaban insuficientes para abordar la Histeria (desorden
de conversión). Y creía firmemente que sólo por medio de su tratamiento terapéutico podría llegarse a la resolución de de
los conflictos a los cuales a partir del discurso III comienza a referirse como
la “enfermedad”.
Ante un grupo de estudiantes, con
bombo y platillo Freud anuncia, engalanado de su más pomposa retórica, el descubrimiento de la sexualidad infanti
[1]:
“ El niño tiene sus
pulsiones y quehaceres sexuales desde el comienzo mismo, los trae consigo al
mundo, y desde ahí, a través de un significativo desarrollo, rico en etapas,
surge la llamada sexualidad normal del adulto. Ni siquiera es difícil observar
las exteriorizaciones de ese quehacer sexual infantil; más bien hace falta un
cierto arte para omitirlas o interpretarlas erradamente”.
Pese a que se ha venido abordando el tema,
aunque muy precariamente desde el s. XVI. Además, afirma que junto a la
interpretación de los sueños, es en el escenario de la sexualidad infantil, y
sus pulsiones castradas [2], en donde se encuentra el germen que, a la razón de
las huellas némicas que nutren, por el
mecanismo de la represión, la reacción
ante los traumas de la vida adulta:
“Pues bien, estamos
autorizados a calificar de sexuales a todas esas poderosas mociones de deseo de la infancia”. [3]
Ahora, teniendo como base argumentativa todo lo anterior, y enfocándonos en la
sexualidad del niño; se plantea que es durante esas primeras experiencias de
contacto corporal, sumamente placenteras para el infante, cargadas de intensidad
y complejidad (libido) en las que se da una disociación/escisión ya que el objeto
[4] de su deseo es el sí mismo (autoerotismo, Havelock Ellis).
El infante, conforme crece, se apropia de su propia excitación
al ser consciente de sus propias zonas erógenas, que le son fuentes de placer:
sus genitales, boca, ano, piel, etc.
Esta disociación a la que Freud refiere, es la introspección
del placer sexual del infante; tan alejado de los “fines prácticos, ‘normales’
y ‘naturales’ de la reproducción de la especia” (énfasis personales).
Presciendiendo del “objeto” ajeno. Hasta que poco a poco exterioriza su foco de
atención y satisfacción erótica extroyectandola a situaciones y personas según
continúa creciendo y desarrollándose. Es decir, se identifica a alguna
actividad placentera o con alguna persona.
Todo lo anterior explica la sexualidad del infante, vista
desde los plomizos t embotellados lentes de Freud. Sin embargo no nos explican por sí mismo, el síntoma de la patología posterior. La
causa, según él, se encuentra en la no resolución de estas etapas. Lo que según
él, conducen a la neurosis (por represión) o a la perversión (al no ser
reprimidas, sino por el contrario). Teniendo en la época de la
adolescencia/pubescencia el escenario en el cual se agudiza las castración/censura
represiva:
“Pero no a todos los
componentes pulsionales originarios se les permite participar en esta conformación definitiva de la vida
sexual. Aún antes de la pubertad se imponen, bajo el influjo de la educación,
represiones en extremo enérgicas de ciertas pulsiones, y se establecen poderes
anímicos, como la vergüenza, el asco, la moral, que las mantienen a modo de unos
guardianes. Cuando luego, en la pubertad, sobreviene la marea de la necesidad
sexual, halla en esas formaciones anímicas reactivas o de resistencia unos
diques que le prescriben su discurrir por los caminos llamados normales y le
imposibilitan reanimar las pulsiones sometidas a la represión”.
Continuando en esta índole, inicia el quinto y último
discurso. Afirmando que en todos los procesos que son parte del desarrollo, “se encuentran los gérmenes de la
predisposición patológica”. Solo qué, según él, aquellos que son más
funcionales, las mantienen sólo en su estado latente, mientras que el “enfermo”
es en quienes esa predisposición emerge, ya sea por las experiencias previas, o
por otro tipo de “anormalidades” o tendencias, también patológicas según esto,
de “regresión” (infantilismo). Conduciendo, como mencionaba ya en párrafos
anteriores, a la perversión, en sustitución de la “meta sexual normal” por otra.
“La predisposición a las neurosis deriva
de diverso modo de un deterioro en el desarrollo sexual. Las neurosis son a las
perversiones como lo negativo a lo positivo: en ellas se rastrean, como
portadores de los complejos y formadores de síntoma, los mismos componentes
pulsionales que en las perversiones, pero producen sus efectos desde lo inconsciente;
por tanto, han experimentado una represión, pero, desafiándola, pudieron
afirmarse en lo inconsciente. El
psicoanálisis nos permite discernir que una exteriorización hiper-intensa de
estas pulsiones en épocas muy tempranas lleva a una suerte de fijación parcial
que en lo sucesivo constituye un punto débil dentro de la ensambladura de la
función sexual. Sí el ejercicio de la función sexual normal en la madurez
tropieza con obstáculos, se abrirán brechas en la represión {esfuerzo de
desalojo y suplantación} de esa época de desarrollo justamente por los lugares
en que ocurrieron las fijaciones infantiles.
“ … La huida desde la realidad insatisfactoria a
lo que nosotros llamamos enfermedad a causa de su nocividad biológica, pero que
nunca deja de aportar al enfermo una ganancia inmediata de placer, se consuma
por la vía de la involución (regresión), el regreso a fases anteriores de la
vida sexual que en su momento no carecieron de satisfacción. Esta regresión es
al parecer doble: temporal, pues la libido, la necesidad erótica, retrocede a
estadios de desarrollo anteriores en el tiempo, y formal, pues para exteriorizar
esa necesidad se emplean los medios originarios y primitivos de expresión
psíquica, Ahora bien, ambas clases de regresión apuntan a la infancia y se
conjugan para producir un estado infantil de la vida sexual”.
La reconducción consciente de las
represiones inconscientes.
El asunto
sobre los “descubrimientos” de Freud, no quedan meramente en los postulados.
Él, pese a todo, se esfuerza por ofrecer un método aplicable y replicable. El
cual obviamente tenga como finalidad la resolución de esos conflictos.
Propone que estas conductas
patológicas se explican, a nivel operativo, en el adulto, como una
aversión/fuga de la realidad apremiante. Una resistencia hacia el mundo
exterior.
Sin embargo, el proceso terapéutico,
que tiene como finalidad hacer consciente lo inconsciente. Su premisa es que
por medio de esto, es que estas fantasías inconscientes pierden fuerza cuando
se las reconoce. Ya que al ser visibles y tangibles, se pierden posibilidades
de enajenarse en ellas.
Otro es el caso de quien tiene
algún talento artístico, quien puede desfogar estas pulsiones libidinosas,
puede sublimar estas tendencias de manera creativa por medio de la aplicación
de su talento, en un fin que se considera social y culturalmente muy
edificante.
Y
finalmente, resta el recurso psicoanalítico, con la finalidad de encausar esas
energías libidinosas a su cauce “normal” en la satisfacción “natural” de manera directa
en la vida.
Fuente: Cinco conferencias
sobre psicoanálisis. (1910 [1909]). Über Psychoanalyse.
Referencias:
1. Pese a que la literatura reporta que se vienen
realizando observaciones más o menos
serias; y por serias entiéndase por documentadas, controladas y hasta un
cierto punto controladas (es decir, aplicándose algunos de los rudimentos que
posteriormente daría origen a la razón de la metodología científica) desde la
época del Emperador Maximiliano II de Austria.
2. “... mociones
de deseo en la infancia…”
3. The
emotion of sex-love; A Preliminary Study of the Emotion
of Love between the Sexes.
Stanford Bell.
4.
Me conflictúa horriblemente mencionar la palabra
objeto. Más bien creo que sería el sujeto de placer, puesto que se trata de uno
mismo. Y aún teniendo en cuenta que lo refiere como objeto/objetivo.